Docentes
Casi todos los que trabajamos en Educación sabemos –y los que no lo saben es porque no quieren o por sectarismo– que los recurrentes problemas de nuestro sistema educativo no se arreglan con leyes orgánicas, ni con lluvias de ordenadores, ni con recursos demagógicos a la oclocracia.
Así que, cuando el profesor Marina –por fin uno de los nuestros a la cabeza del asunto– ha perfilado algunas de las ideas por las que debería conducirse la cosa, no han faltado las críticas desenfocadas, esas que intentan sacar ventaja ante la opinión pública.
Pues claro que hay profesores buenos y malos, como en todas las profesiones, como entre los policías, los jueces o los conductores de autobús: es estadísticamente probable. Dicen, sin embargo, algunos sindicatos –los que todo lo igualan– que entre los docentes no es posible ese adjetivo, porque han pasado por un proceso de selección, como si en el resto de profesiones públicas y privadas no existieran esos procesos o como si, en realidad, no supiéramos como sabemos que los sistemas de acceso a la función pública son más propios del siglo XIX que del año en curso.
Con esas premisas, no me extraña que algunos sindicatos –los que todo lo igualan– se empeñen tanto en la cantidad, relativizando premeditadamente la calidad, como si en vez de trabajar con menores trabajáramos fabricando sillas, o coches, o frigoríficos. Y ¿saben lo peor?, tienen razón; no sabemos cuántos docentes malos y buenos hay porque, desde que sacamos nuestra plaza –mediante ese proceso tan moderno y, por supuesto, tan igualitario– hasta que nos jubilamos, no pasamos ninguna evaluación si no queremos y nadie comprueba si los cursos con los que, en teoría, nos reciclamos son pertinentes y vienen al caso.
No sé qué pensará usted, pero yo creo que las evaluaciones periódicas obligatorias son deseables y que sería un factor muy importante para recuperar el prestigio perdido ante la sociedad. José Antonio Marina, catedrático de secundaria, estudioso de la educación, escritor y prestigioso filósofo, ha cometido algunos deslices lingüísticos, no sé si muchos o pocos, los suficientes en todo caso para que algunos sindicatos –los que todo lo igualan– se apresuren a negar el fondo mediante la superficie y así seguir pastoreando en el igualitarismo, algo tan suyo, tan moderno, tan de la ciudadanía.
¡Ay Marina, Marina! ¡Y tú que te las prometías tan felices! Pero eso sí, mientras tanto seguiremos sin resolver los verdaderos problemas del sistema y sin tener una carrera profesional en la que, buenos y malos, “que haberlos haylos”, progresen por sus méritos profesionales… o como se llame
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